No existía ningún elemento en concreto para acusarlos, pero algo  tenía que hacer el Cuerpo de Voluntarios de La Habana para apuntarles  con el dedo del odio y conducir a más de 40 estudiantes de Medicina a  dos consejos de guerra.
En el segundo de estos juicios, donde la traición abyecta de los  voluntarios se combinó macabramente con la indecisión y la bajeza de las  autoridades coloniales españolas, ocho de los universitarios fueron  condenados a muerte, lamentable suceso que constituyó uno de los hechos  más atroces e injustificados de la historia de la Cuba colonial.
Más que acto jurídico, en verdad fraude con todas las de la ley y  circunstancia bochornosa movida por resentimiento e intimidación, aquel  juicio condujo al patíbulo a un puñado de muchachos, casi niños, sin  responsabilidad penal alguna e inconscientes casi, por consiguiente, de  cuanto se les avecinaba.